¿Y LOS QUE VIENEN A CUIDARNOS?
La guerra entre los grupos del crimen organizado aumenta, pero, además, sus actos se ofrecen claramente como un desafío a la enorme batería militar que hace presencia en Culiacán. Más allá del enfrentamiento entre los grupos en disputa, hay eventos que se pueden clasificar como narco-terrorismo y que están acrecentando el miedo entre la población.
El bloqueo relámpago de calles, el incendio de vehículos, las ráfagas de plomo por las noches, la colocación de lonas con distintos mensajes y la aparición de cadáveres quemados y violentados de diversos modos, no es solo parte de la guerra, sino una señal al gobierno que no están dispuestos a ceder terreno.
No hay industria más costosa que la guerra. Y eso explica también el alto número de vehículos despojados, el robo de motocicletas nuevas en agencias y hasta el uso de trascabos para arrastrar cajeros automáticos.
Las batallas requieren pertrechos, pero también recurso humano, de ahí el número escandaloso de levantones, principalmente de jóvenes. Luego el combustible para el desplazamiento, la alimentación y los sueldos que hay que pagar a los elementos contratados.
Hace dos días advertimos en este espacio que la visita a Culiacán de las altas autoridades en materia de seguridad del país, había provocado el efecto contrario, pues en vez de disminuir los actos delictivos aumentaron.
Ayer, en nuestra columna reflexionamos en el sentido de que la capital sinaloense sería el laboratorio, la aplicación del plan piloto del modelo de seguridad de la presidente Claudia Sheinbaum. Y hoy vemos que, pese a la maquinaria de guerra enviada desde el centro, la fuerza del Estado es apenas presencial de frente a los eventos violentos de los grupos en disputa. Se antoja una pregunta: ¿Vienen a cuidarnos de los malos o vienen a combatirlos? ¿ O a sacar la bandera blanca como hoy lo hizo un helicóptero del Ejército, ¿en señal de rendición o de que están pidiendo paz a quienes deben combatir?
¿Y la inteligencia del Estado Mexicano? Todo indica que aún no aterriza, lo que no significa que, de acuerdo a fuentes militares, se esté definiendo una estrategia operativa para dejar la disuasión y entrar a una fase de operación selectiva. Pero la bandera blanca de hoy ofrece señales contrarias.
De acuerdo a expertos en el tema, la movilidad de los grupos en disputa, de frente a la autoridad, se parece mucho a la guerra de guerrillas. Sus acciones son «relámpago», entran, actúan, salen y al mismo tiempo se guían a través de las indicaciones de «punteros» que aún le «ponen cola» a los vehículos del Ejército y la Guardia Nacional.
Aquí lo hemos anotado; en Culiacán se asienta uno de los cárteles más poderosos del mundo, hoy dividido, con acciones y, por lo mismo, con repercusiones globales. No se trata de un problema exclusivamente del gobernador Rubén Rocha. A él le tocó enfrentar la crisis de seguridad nacional que también padecen otros estados del país, solo que de frente a esta circunstancia inédita, algunas medidas no han estado a la altura del tamaño del problema que alcanzó ya niveles de una región en guerra.
Lo que también hay que subrayar es que el gobierno del estado, por sí mismo, no tiene la capacidad, por muchas razones, para enfrentar un fenómeno de este tamaño. Se trata prácticamente de un levantamiento armado que constitucionalmente le corresponde al Estado Mexicano enfrentarlo, sin que ello signifique que oficialmente en Sinaloa no haya responsabilidad histórica en el involucramiento con el crimen organizado.
Por eso, cuando vemos al gobernador Rocha repartiendo apoyos a comerciantes de un mercado, el esquema de ayuda se observa diminuto de frente al tamaño de la crisis y el esfuerzo para ofrecer un ambiente de paz y tranquilidad se diluye ante los hechos mismos.
Igualmente, el esfuerzo para regresar a una ciudad normal, con niños en las aulas, la gente en sus calles, con dinero, comprando en comercios prósperos, con oficinas funcionando y el tráfico infernal, ha sido un llamado en vano. Es el miedo de la gente contra el deseo del gobierno de que no pasa nada. Son los hechos los que indican que no hay que salir, no hay que arriesgarse, y no el supuesto amarillismo mediático y las ganas de los «conservadores» de estar chingando la borrega.
En una palabra, Rocha hace lo que puede, lo que está dentro de su capacidad, pero quien debería tomar con seriedad y responsabilidad institucional esta grave crisis, en este caso la federación, ha optado por los otros datos: De que Sinaloa es menos violento que Guanajuato.
Mientras, la vida en Culiacán discurre entre el espeso ambiente del miedo, con una pesada artillería militar del gobierno desfilando por sus calles semivacías, con la gente metida en sus casas, en tanto la chapiza y la mayiza se dan con todo.
¿Y los que vienen a cuidarnos? ¿Vienen con bandera blanca en señal de abrazos y no balazos?